El miedo versus el control


Por: Carmelo Rizzo

El poder teme extraviar el control. El pueblo teme perder la voz. Y entre esos dos miedos se juega el destino de Honduras. Durante años, la fobia fue el arma más rentable del imperio como decían los Romanos. Se usó para callar, dividir y someter. Pero esta vez, el temor cambió de bando. Ya no habita en los barrios ni en las casas humildes: vive en los escritorios del oficialismo, en los despachos donde los jefes ya no confían ni en sus sombras. Las pruebas de conectividad y la contratación del transporte electoral, los retrasos en la distribución de las urnas… todo forma parte del nuevo tablero. Porque el control ya no se impone con fusiles, sino con servidores; ya no se decreta, se programa. La duda moderna no viste uniforme: se disfraza de red social, de mensaje reenviado, de encuesta pagada.

Y así brota el genio del juego: la tecnología, ese titán invisible que ya gobierna por sí mismo. Los celulares, las cámaras, los algoritmos. La nueva dictadura grita: pero te vigila. Y el nuevo despertar no se organiza en plazas, sino en grupos de chat. Es el 1984 de Orwell, versión tropical.

Pero la autoridad lo sabe: ya perdió el monopolio del relato. Ya no puede esconder lo que todos pueden grabar. Y en esa grieta digital, la gente ha aprendido a observar, a denunciar, a fiscalizar sin permiso. Cada hondureño con un teléfono es ahora un centinela digital de la democracia. Mientras tanto, la refundación se encierra en su propia concha. Amenaza, persigue, patalea. Pero en el fondo, retiembla. Palpita porque el miedo ya no está en el pueblo, sino en el mando que presiente su final. Y esa canillera tiene hedor. No apesta a autoridad, huele a desesperación. A corrupción juca recalentada. A ese tufo de muerte anunciada que deja el mando cuando ya no puede sostener su mentira. Sin embargo, en el pueblo sentimos diferente. Huele a tierra, a sudor, a fe; una epifanía, quizás, que está a punto de sacudir. Aunque las marchas bajo una bandera se acrecientan —olor a pueblo— el voto huele a cambio.

En esta recta final, la nación no solo enfrenta una elección, sino un dilema moral: seguir obedeciendo al terror o confiar en el instinto. La ansiedad fabrica excusas. El control produce enemigos. La libertad, en cambio, genera futuro. Por lo mismo, aquí no es Venezuela. No es Nicaragua. No es Cuba. ¡Es Honduras, carajo! Y aunque el poder aún crea que rige, ya perdió lo único que le daba legitimidad: el respeto del pueblo. Porque cuando el miedo retrocede, entonces la gente ya huele la libertad. Y esa fragancia —mezcla de esperanza y coraje—es el aroma del amanecer que se avecina.

“Recordemos que las carencias de la mayoría siempre sobre pesan las de la minoría.” AMC.

*** El autor es empresario, exembajador y analista de temas nacionales e internacionales


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