La penúltima semana

Por: Carmelo Rizzo
En Honduras entramos a la semana decisiva. No es estancamiento. No es repetición. Es el pre-cierre de una obra que lleva cuatro años en montaje y que este 30 de noviembre tendrá un desenlace definitivo: el futuro de la nación. Esta semana no se parece a la anterior.
No se parece a ninguna, el aire esta más espeso y el tufo de cambio es inminente. Los informes noticiosos confirman que el CNE avanza, las FFAA están bajo presión y la Fiscalía juega su propio damero. La logística electoral está a la esquina, los actores políticos están al límite, y la población está entre el deseo del cambio y el temor al caos. Ese es el ambiente perfecto donde la historia suele torcerse… o enderezarse.
Y mientras sube el estrés, aparece la metáfora inevitable: estamos en el “Año que Vivimos en Peligro”. Y como en aquella historia contada de 1964, las señales están ahí: rumores, advertencias, actores desesperados, movimientos oscuros, alianzas frágiles, maniobras de último minuto y un gobierno que ya no intenta convencer, solo intenta sobrevivir. El oficialismo no está inmóvil: está apretando hacia su propio barranco.
Amenazas económicas, discursos incendiarios, mensajes que huelen más a súplica que a autoridad y ahora el peso de influencias internacionales. Es la fase final del poder cuando ya no gobierna: solo reacciona. Porque cuando un régimen pierde el relato, pierde el mando. Y cuando pierde el dominio, se aferra al miedo. Pero esta vez la ansiedad ya no funciona.
El pueblo no está paralizado: estamos contando los días. Mientras LIBRE se revuelve en su propio libreto de crisis, los dos candidatos más fuertes avanzan. Tito asciende con calma. Nasralla se sostiene en su nido. La oposición se multiplica donde el oficialismo se reduce. La calle se calienta.
El voto esta activado. Y en medio de esta tormenta perfecta, hay un actor que nadie controla: los indecisos… los indiferentes… los desencantados. Los que no ondean banderas, pero sí piensan. Los que se hartaron del grito, del abuso, del teatro. Los que no marchan con pancarta, pero marchan con conciencia. Son más de lo que parecen. Son parte de nosotros. Son la corriente silenciosa que mueve barcos enteros.
Este año, su silencio pesa más que los discursos políticos. Cuando el oficialismo amenaza, ellos se apartan. Cuando la calle grita, ellos observan. Cuando el miedo aprieta, ellos se hartan. Y cuando se hartan, votan.
Y cuando votan, cambian la historia. La Refundación lo sabe; por eso tiembla. La oposición lo intuye; por eso acelera. Y nosotros, como nación, lo sentimos: la decisión final no vendrá de los fanáticos… vendrá de los ciudadanos listos. Aquí no hay pausa. Lo que hay es un latido de final. La semana peligrosa es difícil para uno solo: el que teme perderlo todo. Y si algo nos enseñó Sun Tzu —y lo confirma cada elección de la historia— es que: “Cuando el enemigo apresura sus movimientos, no es valentía: es desesperación.” Eso estamos viendo. Un poder que apura, que grita, que presiona, que acusa y persigue. Un mando que corre porque ya siente el suelo ceder. Mientras tanto, el pueblo camina distinto: más firme, más serio, más consciente. A veces con miedo, sí…pero esta vez no para obedecer, sino para decidir. Esta no será solo una elección.
Es la sentencia final del año que vivimos en sacrificio. Y como decía el viejo romano, con la sobriedad del que ya vio varios imperios caer: “El que manda con miedo termina sirviendo al destino que quiso evitar.” Ese destino está a una semana y media de distancia.
Y no mira hacia atrás. Y cuando todo esto pase —las amenazas, los gritos, los discursos, los nervios, las marchas, los apagones de última hora, las profecías del caos, las cadenas nacionales, los analistas pagados y los mensajes desesperados— quedará lo que siempre queda en una democracia real: el voto contado, la voluntad expresada y la verdad puesta sobre la mesa.
Y entonces, mientras la autoridad tiemble y la historia se acomode, nosotros —el pueblo de carne y hueso, no de propaganda— nos sentaremos a ver los resultados con un refresco y palomitas de maíz. Con calma. Con dignidad. Con esa travesura catracha que ni el miedo ni el control han logrado extinguir. Porque al final, …el miedo es de ellos; la decisión es nuestra.
*** Carmelo Rizzo es un destacado empresario, exembajador y valioso analista de la realidad e internacional
