Experto de EEUU: Cosecha Temprana de China en Nicaragua no dio resultados


El medio República de Guatemala recientemente entrevistó al Dr. Robert Evan Ellis, catedrático de la Escuela de Guerra del Ejército de EE. UU. y especialista en asuntos latinoamericanos.

En la entrevista se abordó la creciente influencia china en Centroamérica, donde sólo Guatemala y Belice aún reconocen a Taiwán.

En parte de su entrevista menciona que los acuerdos “cosecha temprana” que establece China no siempre dan buenos resultados.

“Nicaragua no ha recuperado ni la mitad de lo que perdió de Taiwán, incluso con su acuerdo de cosecha temprana”.

En el caso de Honduras, la noche del martes el Congreso Nacional aprobó un acuerdo de cosecha temprana para el sector camaronero que permitirá según el decreto aprobado, una inmediata exportación de ese producto al gigante asiático.

Aquí las preguntas y las respuestas del experto que Evan Ellis  al medio República de Guatemala

El comercio de Centroamérica con China es sumamente asimétrico, en beneficio de China. Para Centroamérica, ¿cuál es el beneficio real de los tratados de libre comercio con China?

Tomemos el caso de Costa Rica. Antes del cambio de reconocimiento, Costa Rica vendía chips de Intel a Lenovo. Inicialmente pareció que Costa Rica vendía productos de alto valor agregado, pero Lenovo [adquirido a IBM por China] siguió importando chips de Intel sólo hasta el momento en que decidió producirlos en China. Entonces, la fábrica de Intel en Costa Rica quedó perjudicada.

Pero si uno miraba todos los otros productos, ¿cuánto café tico vendió Costa Rica? ¿Cuánta fruta? Yo he hecho un estudio y, según el Fondo Monetario Internacional, si uno combina las exportaciones hacia Taiwán y China el año anterior, el año y los dos años después del cambio de reconocimiento, en casi todos los casos no hay un aumento en exportaciones, sino una caída neta en exportaciones, porque se pierde el mercado subsidiado de Taiwán y no se logra penetrar, más allá de cosas simbólicas, en el mercado chino. Mientras tanto, China va expandiendo su penetración de mercado.

Si uno lee todo lo que se escribe en Xinhua y China Daily, se habla de una expansión de los intercambios bilaterales, pero, al ver las exportaciones e importaciones, siempre son las importaciones desde China las que se expanden.

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Con los tratados de libre comercio, China vende sueños, porque el mercado chino tiene muchas barreras no arancelarias. A China siempre le interesa negociar tratados de libre comercio, porque efectivamente abre el mercado local a sus productos y sus servicios, pero estos mercados no tienen ni el volumen, ni el conocimiento, ni la competitividad al enviar cosas por contenedores. No tienen productos muy competitivos para China.

En algunos casos, China sí permite o facilita las importaciones de países. Y esto generalmente ocurre en ciertos contextos. Número uno: cuando China realmente necesita algo, y esto generalmente tiene que ver con commodities —petróleo, hierro, ahora litio, etc.— al precio más bajo. O sea, no los cerdos, sino los frijoles de soja para alimentar los cerdos. Y si China tiene que obtenerlo, prefiere hacerlo a través de su empresa de logística y su empresa minera operando en el país, no comprándolo directamente al exportador.

El segundo es cuando se busca un beneficio político. Por ejemplo, Costa Rica cambia [de Taiwán a China] y llega una delegación con Óscar Arias. En esta delegación hay exportadores de café, fruta, etc., bien conectados con Arias. Entonces, China firma acuerdos fitosanitarios que no la comprometen a importar los productos, pero la comprometen a crear una vía para comprar los productos en el futuro. En la prensa suena bien: “Mira, el acuerdo fitosanitario, mira qué podría pasar”. Y a veces sí, porque no les cuesta nada comprar un poco de café.

Por tanto, China compra cosas que realmente necesita y cosas con un impacto estratégico en su cortejada [de aliados].

Quizá el otro es cuando China quiere tener los mejores lujos de todo el mundo, pues China percibe el mundo como un lugar exótico, en que China como el centro del universo —Zhōngguó— ya importa. De ahí el éxito de Chile con sus uvas de mesa y cerezas. China puede comprar uvas de Filipinas, de Vietnam, sin gastar para importarlas en contenedores refrigerados o vuelos.

Pero Chile ha mercadeado sus vinos y uvas como productos de lujo y prestigio, y los chinos tienen una sociedad muy elitista en cuanto a mostrar sus artículos de Izod, TAG Heuer y todo eso. Ciertos países han logrado ubicar sus productos como los más finos del mundo; otro ejemplo sería el café Blue Mountain de Jamaica.

Pero entonces, ¿qué capacidad realmente tiene, por ejemplo, PROESA [Organismo Promotor de Exportaciones e Inversiones de El Salvador] de representar los productos salvadoreños como los productos más de élite del mundo? ¿Qué capacidad tiene de establecer una marca país, de disponer de personas que hablan chino-mandarín?

Inicialmente había algo de lógica en los acuerdos negociados por Chile y Perú, pero no con Costa Rica y ahora Nicaragua; con Honduras y El Salvador vamos a ver. Nicaragua no ha recuperado ni la mitad de lo que perdió de Taiwán, incluso con su acuerdo de cosecha temprana.

En mayo, China retuvo varios contenedores guatemaltecos. ¿Acaso encaja esto dentro de la estrategia china?

En 2010, ocurrió algo parecido en Argentina. Los chinos se molestaron mucho, porque el Gobierno peronista argentino impuso muchos aranceles en contra del dumping chino. En respuesta, un gran comprador de soya, China Oil and Foodstuffs Corporation (COFCO), suspendió las compras a Argentina por algunas impurezas en su receta de soya, cosa que siempre ha sido problema.

Era un negocio de USD 2,000M, así que el canciller argentino, Héctor Timerman, fue corriendo a China. Luego fue Cristina Fernández, que canceló su visita en febrero de 2010, pero muy poco después encontró el tiempo para ir a China.

Los chinos no dicen: “Estamos haciendo esto para castigarte y debes cambiar”. No son sanciones a la estadounidense, porque China siempre permite agachar la cabeza o, mejor dicho, “guardar cara”.

Lo mismo ocurrió en Australia. Cuando Australia se atrevió a investigar los orígenes en Wuhan del COVID-19, China mágicamente suspendió las compras de bienes agrícolas. Hay un caso también en Inglaterra.

Incluso está el caso antidumping contra el acero chino en Chile. Es interesante que el presidente de Fedefruta [Federación de Productores de Frutas de Chile] curiosamente dijera que se estaba actuando con demasiado mano dura y que Chile debería negociar con los chinos. ¿Por qué Fedefruta está tan preocupada, cuando no tiene nada que ver con el acero? Porque ellos entienden muy bien que el estilo chino es castigar la fruta, o sea, responder a aranceles sobre su acero castigando a los exportadores chilenos de fruta.

Los chinos son muy adeptos en aplicar este tipo de presiones. Ellos no van a decir: “O cambian las relaciones, o ustedes no exportan ni un grano de café jamás”. Pero cortan su compra y todos entienden por qué, aunque no lo digan.

¿La apuesta por China de muchos países latinoamericanos obedece sólo a intereses económicos o es también ideológica?

Para mí es como una relación interpersonal que ni es puramente ideológica, ni puramente política. A veces las personas ni están muy claras en cuanto a la complejidad de sus motivaciones. Por supuesto, hay un gran rango de países, desde Chile y Uruguay hasta Venezuela y Cuba, que mantienen relaciones con una combinación de motivos y, digamos, estilos.

Quizá el enfoque más común en la región es decir: “No nos involucramos en temas de competencia de las grandes potencias; sólo se trata de la plata y la oportunidad económica”. En muchas ocasiones, incluso en países conservadores como Ecuador, hay cierta atracción de las élites hacia los mercados chinos. [El magnate bananero] Segundo Wong dijo algo así como: “Si tan solo cada chino se comiera un banano ecuatoriano una vez a la semana, Ecuador sería un país fabulosamente adinerado”.

Todos los países tienen [una multitud] de personas pensando en las oportunidades y el sueño de ser socio local de un [gigante] chino como Huawei o China Harbor. Casi siempre he visto que China entra y logra su penetración en los mercados de Latinoamérica poco a poco, no cayendo como un paracaidista, sino por un tipo de guerra civil [dentro de las élites locales]. Están los que sueñan con enriquecerse por asociarse con los chinos y los que temen no poder competir con China.

Y bueno, ¿qué pasa con la dimensión ideológica? Recuerdo que en 2006 se bromeaba que Evo Morales llegó a China y, en una reunión del politburó [del Partido Comunista Chino], se proclamó gran admirador de Mao Zedong. Y el chiste, creo que de Andrés Oppenheimer, era que el único admirador de Mao Zedong en esa reunión era Evo Morales. Entonces, realmente hay ciertos líderes en la región que piensan: “Esta plata de China crea oportunidades para mí personalmente: enriquecerme, mantenerme en el poder, ya no tener que contestar y agachar la cabeza ante los estadounidenses”. Por otro lado, les permite tener una cooperación entre, digamos, países socialistas.

Pero yo veo que esta orientación política y la autoexclusión de trabajar con el Occidente y recibir inversiones occidentales, en cierta forma, se entrega a cierto sendero [ideológico]. Y lo que a veces ocurre es que mientras se reducen la transparencia, las opciones de inversionistas y la experiencia de la burocracia al evaluar contratos con China, lo más probable es que estos negocios con China no beneficien al país, sino a China y a los líderes firmantes.

¿Es posible para Latinoamérica equilibrar las relaciones entre EE. UU. y China?

Cuando los líderes dicen que no desean involucrarse en la gran competencia entre potencias, piensan que pueden conseguir los beneficios de hacer cosas con China y controlar los riesgos, porque se entienden los riesgos. Al final, algunos apuestan bien y otros apuestan mal. Pero a veces no involucrarse en la “gran competencia” equivale a ceder el deber de guardar el interés propio [de sus países], porque, si uno se mete con alguien que es muy depredador, quizá puede ganar y quizá no.

A veces [los líderes] dicen: “Son los gringos y su competencia entre grandes potencias”. Esto sirve de excusa psicológica y política para ignorar la cautela real y perseguir sus propios intereses personales o corporativos, diciendo que las relaciones con China son “sólo negocios”.

Y perdón, a veces digo algunas cosas atrevidas, pero insistir en que son sólo negocios es como decir: “Nos vamos a acostar con China, pero sin besos”. Pero no: hay un compromiso involucrado y consecuencias involucradas.

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