El botín del Titanic y la maldición del tesoro perdido


Por: Carmelo Rizzo

Los imperios no se hunden de golpe. Se van apagando, como los barcos viejos: primero cruje el casco, luego se apaga la música, y al final, el silencio flota. Así va la “refundación” —entre humo de discursos y ecos de promesas— desplomándose con ruido de tragedia anunciada.

Pero los piratas del poder siguen allí, navegando sobre los restos, disputándose la captura: la confianza que el pueblo alguna vez les tuvo. Ese es el oro más caro de todos, el que se roba una vez y nunca más se recupera.

Desde 1980, el botín democrático ha cambiado de manos como herencia maldita. Cada generación de políticos jura ser distinta, y termina igual: saqueando el mismo cofre vacío. El oficialismo actual heredó la promesa de refundar, y solo refundió la esperanza. Mientras tanto, los viejos capitanes de oposición preparan su regreso como si el mar los esperara con honores.

Pero la tormenta no discrimina: todos los barcos huelen a óxido. El trofeo del Titanic 2.0 no es oro ni petróleo. Es el control del relato, el dominio del miedo, el espejismo de la salvación. Y en ese mar de cinismo, cada discurso es una moneda falsa lanzada al viento.

Sin embargo, toda historia de naufragio tiene su momento de redención.
Uno de estos nuevos bucaneros o corsarios —quizás el menos esperado— podría dejar de buscar tesoros y comenzar a salvar vidas. Podría entender que el poder no se conquista: se purifica o se pierde. Y si eso ocurre, si uno solo recuerda lo que es ser hombre y no monstruo, entonces habrá una chispa de destino en medio de tanta deriva. Pero la mayor trampa es confundir esta redención con la coronación de un Mesías que solo sabe de altares y no de anclas. La esperanza no se deposita en un actor, sino en ese acto de voluntad cívica.

Porque al final, el único tesoro que no se oxida es el voto. Ese papel diminuto pero enérgico, silencioso, incorruptible, que no se vende ni se roba, pero puede hundir o rescatar nuestra nación entera.

El 30 de noviembre no elegiremos capitanes: decidiremos si seguimos navegando entre bárbaros o comenzamos a construir en tierra firme. “El poder no se redime por el oro que guarda, sino por el alma que salva.

** Sobre del autor: Carmelo Rizzo es empresario, exembajador y un destacado analista de temas nacionales e internacionales


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