El fuego silencioso


Por: Carmelo Rizzo

La campaña calla, pero el país no. Entramos a la última semana electoral y el ambiente está tan espeso que podría cortarse con cuchillo… o con machete. No es bruma. No es niebla. Es el clima político hondureño cuando todos fingen calma… y ninguno la tiene.

Este es el periodo en que los candidatos ya no pueden politiquear, pero sus cuadros sí. Las caravanas se detienen, pero los volcanes digitales entran en erupción. Es la etapa donde los indecisos —esa especie misteriosa, mitad anuncio, mitad fantasma— son perseguidos por cada pixel de propaganda disfrazada de inocencia.

Las redes se vuelven jungla. Los grupos de WhatsApp, trincheras.
Los influencers de última hora, bombas de humo. Y los estrategas, esos alquimistas modernos, afinan el fuego final: el mensaje que incline la balanza, que empuje al tímido, que active al valiente, que despierte al indiferente, con martillazos y granadas digitales.

Porque esta elección, guste o no, no la van a decidir los fanáticos.
Ellos ya están juramentados desde marzo. Aquí la sopa la hacen los que estuvieron callados seis meses: los que oyen, observan, comparan y —cuando ya no aguantan tanta farsa— votan en silencio. Y ese segmento ya domina el olor del cambio. No porque alguien los haya convencido… sino porque el oficialismo se ha desconvencido solo. Sí, hay miedo… pero no es tanto nuestro. No en la calle. No en los barrios. Ese temblor pertenece a los que apostaron por la división nacional y al premio que les quedó obscenamente grande.

La comunidad internacional ya volteó la mirada. Y no para aplaudir:
para vigilar. Washington, Bruselas, Latinoamérica —todos entienden algo que aquí quisieron disimular—: Honduras está en la página principal del mapa, y un mal cierre electoral no solo incendiaría Tegucigalpa… sino también los cables diplomáticos.

Por eso esta semana no será serena. Será un enigma electrificado.
Un mutismo que ruge, que vibra, que huele a tensión, a conteo, a víspera histórica. Y cuando el treinta termine, la obra ya estará escrita. Los que mintieron, temblarán. Los que trabajaron, respirarán. Los que esperaron, decidirán.

Porque, al final… el voto masivo es el antídoto contra el fraude,
y la conciencia colectiva es el único ejército invencible.

Y como dijo el viejo patricio Cicerón, antes de su propia tormenta:
“Cuando la patria está en peligro, el silencio del ciudadano es traición.”

En esta inminente Elección, que hable Honduras. Con su voto. Con su masa. Con su verdad. Hay que Votarlos fuera –a quienes traicionaron al pueblo catracho–.  Y entonces sí, rugirá la urna. Y que quede grabada la lección final: “Apostarle a la división es jugar con una moneda de fortuna breve… y destino implacable.”

Nota: El autor es exembajador, empresario y brillante analista de la realidad nacional e internacional


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