Fabio Lobo se destapa sobre el movimiento de droga en Honduras
Por: Jeff Ernst y David Adams/Elfaro.net
Al salir de migración, un hombre y una mujer se acercaron a Fabio Lobo en el aeropuerto y le pidieron ver su pasaporte de nuevo. “Bienvenido a Haití, Sr. Lobo”, le dijeron.
Luego lo siguieron hasta una tienda donde compró una tarjeta SIM local. “Sentía en mi cuerpo que algo iba mal”, recuerda Lobo. “Tomé un taxi y estuve pensando en las dos personas del aeropuerto todo el camino”.
Llegó a un hotel en Puerto Príncipe y se dirigió al restaurante. Estaba allí para reunirse con unos hombres con los que había negociado un movimiento de drogas y que estaban supuestamente interesados en invertir en su proyecto minero en el norte de Honduras. Pero no eran los únicos que lo estaban esperando.
Aquel 20 de mayo de 2015, Lobo, hijo del expresidente hondureño Porfirio “Pepe” Lobo (2010-2014), había caído en una operación encubierta de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA). Los traficantes con los que estaba negociando estaban colaborando con la justicia. En el hotel había también agentes encubiertos.
Capturado con las manos en la masa, Lobo, que ahora tiene 52 años, se terminó declarando culpable de tráfico de drogas. En 2017 fue condenado a 24 años de prisión.
Ahora se espera que hable públicamente por primera vez como testigo estrella contra el expresidente Juan Orlando Hernández (2014-2022), sucesor de su padre. El Departamento de Justicia acusa a Hernández de aceptar sobornos millonarios de narcotraficantes, algunos de ellos antiguos socios de Fabio Lobo. Tras múltiples aplazamientos, el juicio comenzó este martes 20 en un tribunal del Distrito Sur de Nueva York.
“Hernández utilizó las ganancias del narcotráfico para financiar su ascenso político y, una vez elegido presidente, aprovechó los recursos policiales, militares y financieros del Gobierno de Honduras para impulsar su esquema de narcotráfico”, declaró Anne Milgram, administradora de la DEA. “Este caso debería enviar un mensaje a todos los líderes políticos del mundo que se benefician de su influencia para favorecer el crimen organizado transnacional”, agregó.
Tras dos mandatos como presidente, Hernández, de 55 años, fue detenido en febrero de 2022. Sospechoso durante años de estar vinculado con el narcotráfico, su captura no fue del todo inesperada, aunque sí una sorpresa que se produjera apenas unas semanas después de dejar el cargo. El exmandatario se declaró inocente en cuanto fue extraditado a Estados Unidos.
Hernández llegó a la presidencia bajo el ala de Pepe Lobo. El testimonio de Fabio Lobo, una sorprendente incorporación de última hora de la Fiscalía, podría ofrecer el retrato más contundente hasta hoy de la retorcida red de relaciones entre los políticos y narcotraficantes de Honduras en las últimas décadas.
Antes de hablar con los fiscales estadounidenses sobre la posibilidad de testificar contra Hernández, Lobo habló en exclusiva en 2022 desde la prisión de Florida en la que cumple condena. La entrevista, que se realizó en dos partes, la primera mediante una llamada telefónica y luego en una visita al centro, es la única que ha concedido desde su detención.
La conversación ilustra la narcopolítica hondureña desde dentro y permite entrever lo que Fabio Lobo podría decir cuando sea llamado a declarar en los próximos días.
El expediente del caso identifica a Fabio Lobo como CW-3, o testigo colaborador tres, contra Juan Orlando Hernández. Aunque no aparece su nombre en los documentos judiciales, el contexto y la información biográfica incluida dejan claro que se trata de él.
Entre los supuestos hechos que se espera que formen parte del testimonio de Lobo, los documentos detallan una cena en 2009 con Juan Orlando, su hermano Juan Antonio “Tony” Hernández y un traficante conocido como “El Cinco”, durante la que se discutió, según el expediente, “quién de ellos asumiría el coste de un avión [cargado de cocaína] que había sido incautado recientemente en Roatán”. Posteriormente, Fabio recibió una llamada y se reunió con otro traficante, Amílcar “El Sentado” Leva, que quería ayuda con un intento infructuoso para recuperar el avión del que se habían incautado las autoridades.
Tony Hernández, que había sido diputado en el Congreso Nacional de Honduras, fue condenado en Estados Unidos en octubre de 2019 por cargos de narcotráfico y tenencia ilícita de armas, en un juicio en el que se nombró a su hermano, aún presidente en ese momento, como coconspirador.
Según declaraciones de los testigos en aquel juicio, “El Cinco” era un traficante colombiano que tenía negocios con Tony. “El Sentado” Leva, un importante narcotraficante hondureño con estrechos vínculos con el Partido Nacional, se convirtió después en uno de los primeros informantes de la DEA. Fue asesinado en 2015 después de que su carácter de doble agente se hiciera evidente tras aparecer durante un juicio por narcotráfico en un vídeo grabado en secreto por la DEA.
También se espera que Fabio testifique lo que supo del involucramiento de los hermanos Hernández con el narcotráfico, a través de los narcos con los que él mismo trabajaba, o detalle cómo ayudó a Tony a cobrar millones de dólares en efectivo del narco para financiar la campaña presidencial de Juan Orlando en 2013.
El expediente judicial destaca sólo una parte de lo que Fabio podría declarar durante el juicio contra Juan Orlando Hernández; la entrevista que ahora publica El Faro sugiere que tiene mucho más que decir.
En ella, Fabio Lobo no solo habla de tres presidentes de Honduras, sino que también vincula con el tráfico de cocaína –como ya lo hizo el narco convicto Devis Rivera Maradiaga en un testimonio judicial en 2017– a Carlos Zelaya, actual vicepresidente del Congreso y hermano del expresidente Manuel Zelaya.
Lobo retrata un narcoestado en el que el tráfico de drogas era un negocio rutinario para la élite política. En el juicio a Juan Orlando Hernández, se enfrentará al dilema de cómo describir el papel que su padre, Pepe Lobo, desempeñó en todo ese esquema.
Una tradición política
La mañana del 25 de febrero de 2022, Fabio Lobo habló por teléfono con voz ronca. Alternó la primera persona, a menudo utilizando el término “nosotros” o “nos”, como si representara algo más que a sí mismo, con partes en las que se refería a sí mismo en tercera persona.
“Cuando a nosotros nos arrestan, yo me sorprendí”, dijo. “Quedé como en shock”.
Los siete años que han pasado desde aquel día en Haití le han dado tiempo de sobra para reflexionar y repasar cada paso, cada encuentro, una y otra vez en su mente. “A veces me pregunto, ¿quién conspiró contra quién? ¿Fabio Lobo conspiró, o el gobierno estadounidense conspiró contra Fabio Lobo?”, dijo.
El caso contra Lobo, que incluyó una operación encubierta de la DEA y múltiples informantes, no deja duda de que hubo conspiración por ambas partes. Pero, como Fabio Lobo admite, empezó a trabajar con traficantes mucho antes de que la DEA se enterara. Y la acusación contra él, dice, era sólida.
“Había evidencia fuerte”, afirma Lobo. Incluyó numerosas grabaciones de audio y vídeo realizadas por informantes de la DEA y traficantes hondureños que ayudaron a las autoridades. “¿Cómo se obtuvieron esas pruebas si se respetó el debido proceso?”, se pregunta.
Lobo es abogado y se representó a sí mismo en cortes de apelación varias veces en los últimos años. Ha pasado incontables horas estudiando su caso y la legislación estadounidense, buscando la forma de reducir su condena.
“Yo sé que cometí un ilícito”, dice. “Pero uno se pregunta: si Lobo conspiró, ¿por qué a otra gente le dan 6 a 10 años? ¿Por qué a Lobo le dieron 24? Supongamos que yo fuera Juan Pérez. ¿Usted cree que estaría en este problema? Pero es Fabio Lobo, que representa, lógicamente, a la clase política en Honduras, a mi familia, a mi padre”.
En las frases de Lobo está la respuesta a su propia pregunta. La jueza que lo condenó argumentó en su fallo que impuso una pena superior al mínimo de 10 años porque el caso de Fabio Lobo representaba un abuso extraordinario de privilegio.
Lobo no niega que tuvo una vida de lujos. “Pocos tenemos esa bendición… que mi padre se convirtiera en presidente, ser hijo de un presidente”, dice.
Nació en cuna de oro. Su familia es una dinastía local en Olancho, un departamento conocido por la ganadería y el narcotráfico que tiene aproximadamente el tamaño de El Salvador o del estado de New Hampshire. Cuando entró al bachillerato, a mediados de los ochenta, su padre era diputado del Partido Nacional, la más conservadora de las dos fuerzas políticas tradicionales de Honduras. Su tío también llegaría a serlo, representando a Colón, un departamento del norte. “A mi padre siempre le gustó la política. A todos los hijos nos gusta la política”, dice.
Pero él nunca entró en la política electoral, sino que sirvió como juez y desde ahí apoyó las ambiciones políticas de su familia y las del Partido Nacional, al margen y en la sombra. Según los fiscales estadounidenses, eso incluía canalizar sus propias ganancias ilícitas hacia las arcas del partido para financiar campañas.
Quiso explicar al periodista que se arrepentía de sus delitos y deseaba explicar cómo “alguien de buena familia, con una buena educación” podía haber conspirado con narcotraficantes. “Nadie es perfecto. Sólo Dios es perfecto. Entonces, ¿por qué el hijo de un presidente? Lo que me pasó a mí le puede pasar a cualquiera”, dijo.
Pero lo que le ocurrió a Fabio Lobo, le ocurrió precisamente por ser quien era y por cómo ha funcionado el sistema político hondureño a lo largo de veinte años, desde que el país inició su espiral hasta ser un narcoestado. Los narcos encontraron un país con escasas oportunidades económicas y una élite política rapaz. No crecieron en los márgenes, sino de la mano de políticos a los que financiaban.
Fabio no es una excepción. Simplemente, a él lo atraparon. Pero el hijo de un presidente se involucró con los narcos porque así está diseñado el sistema en Honduras.
Visita en prisión
Cuando finalmente se levantaron las restricciones establecidas durante la pandemia de Covid-19, visitamos a Fabio Lobo en la prisión federal de Coleman, cerca de Orlando, el 8 de agosto de 2022.
La entrevista, que duró tres horas, tuvo lugar en una habitación pequeña y prácticamente vacía, con una mesa y tres sillas, en la zona de visitas de la prisión. Los guardias dejaron desatendido a Lobo y no trataron de supervisar la conversación. No se permitió usar cámaras ni equipos de grabación, sólo bolígrafo y libreta.
Fabio Lobo vestía un uniforme amarillo descolorido y parecía estar en forma. Habló de su rutina de ejercicios, un hábito que mantiene desde que estudió en un internado militar a las afueras de Tegucigalpa. De la comida en prisión dijo que en general le gustaba, pero que la complementaba con latas de atún de la despensa. Después, aceptó ahondar en la historia de cómo acabó allí.
Contó que todo empezó en junio de 2009, cuando el golpe de Estado derrocó al entonces presidente Manuel “Mel” Zelaya, que entonces representaba al Partido Liberal, de centro-derecha. Cinco meses después, en medio de una profunda crisis política, Pepe Lobo fue elegido presidente de la República en noviembre. Juan Orlando Hernández se convertiría en Presidente del Congreso dos meses después, en enero de 2010, cuando dio inicio la nueva legislatura.
En aquel momento Fabio Lobo estaba casado, con hijos, y llevaba una vida cómoda como abogado y juez en Olancho, muy por encima de los niveles del hondureño promedio.
Pero quería, dice, más independencia de su padre y más lujos. “Teníamos toda esta tierra y mi padre y su hermano dirigían el negocio [agrícola] y nos cuidaban, pero nunca fuimos tan ricos”, dijo. Y él quería vacaciones de lujo en el sur de Francia.
Lobo había obtenido poco antes un permiso de exploración para una mina de óxido de hierro en el departamento costero de Colón. La mina –y la presidencia de su padre– eran su oportunidad para hacer dinero.
En aquella época Honduras vivía una edad de oro del narcotráfico. La mayor parte de la cocaína que llegaba a Estados Unidos desembarcaba allí primero. Las familias criminales, que una década antes se dedicaban al robo de ganado, ahora traficaban cocaína. Y tenían millones de dólares que necesitaban blanquear.
En Colón, una de esas familias se había alzado por encima de las demás: los “Cachiros”, liderados por los hermanos Javier y Devis Rivera Maradiaga. Lobo dice que necesitaba el permiso de los Cachiros para explotar la mina en su territorio, y su dinero para hacerlo realidad. Uno de los hermanos organizó una reunión con los Cachiros en la ciudad costera de Trujillo y una cosa llevó a la otra. “Ahí es donde me perdí”, dice.
Lobo dice que se acercó más a Javier Rivera Maradiaga. Era más sofisticado, más hombre de negocios que su hermano Devis. Los Cachiros acabarían confesando ser los autores de 78 asesinatos. Muchos, incluido Lobo, sospechan que hubo más víctimas. El peligro parecía hacer todo más emocionante para él. Y el dinero fácil le parecía adictivo.
Explica que se convirtió en una especie de mediador para narcotraficantes, principalmente para los Cachiros, usando su nombre e influencia como hijo del presidente. En las elecciones de 2009 el Partido Nacional había logrado las mayores cotas de poder partidario en la era democrática del país, gracias al boicot de la votación por parte de los opositores al golpe. El valor de ser familiar del presidente nunca fue tan alto.
Fabio Lobo era la persona a la que llamabas en caso de que algo saliera mal o para que te presentara a alguien. Según él su papel consistía, sobre todo, en organizar reuniones, sentarse en hoteles lujosos y dar la cara de vez en cuando.
“Nunca vi aterrizar un solo avión. Siempre quise hacerlo, pero nunca pude verlo”, dice. Quería acción, como en una narconovela.
Devis Rivera Maradiaga contaría aquello más tarde ante un tribunal. Lobo dice que la mayoría de las acusaciones de Rivera Maradiaga contra él son ciertas, pero su propio relato va más allá y difiere en algunos puntos.
El principal punto de discrepancia tiene que ver con la posible relación del presidente Lobo con las actividades delictivas de su hijo. Los fiscales estadounidenses han acusado a Pepe Lobo, ya retirado de la política, de recibir millones de dólares de narcotraficantes, al igual que Juan Orlando Hernández. Ha sido señalado como conspirador con Hernández y algunos testigos, entre ellos Devis Rivera Maradiaga, han declarado que le pagaron sobornos. Aun así, no ha sido acusado.
Pepe Lobo ha negado repetidamente las acusaciones. En la entrevista en la cárcel, Fabio dijo que creía que su padre desconocía sus tratos con traficantes. Hernández, en cambio, “lo sabía todo” y manipulaba a su padre, dice Fabio.
Menciona una llamada en relación al avión con droga interceptado por las autoridades hondureñas en la isla de Roatán en 2009, que según la presentación judicial dio lugar a una cena con Juan Orlando, Tony y el narcotraficante colombiano “El Cinco”.
Dice que Juan Orlando era “el cerebro” detrás del involucramiento de Tony en el tráfico de drogas. “Juan Orlando era la tarjeta de presentación de Tony”, asegura. Pero se abstuvo de entrar en grandes detalles, aparentemente incómodo al hablar de la familia Hernández. Gran parte de lo que Lobo dice saber sobre Tony y sus negocios lo escuchó de otros narcos.
A lo largo de la entrevista, Lobo se mantuvo firme en que no hizo nada que no se hubiera hecho antes. “Tuve una oportunidad y la aproveché”, dice. “Todos los otros presidentes y sus familias antes de mí lo habían hecho, así que pensé que era mi turno”.
Los hermanos Zelaya
Durante una audiencia celebrada en marzo de 2017 para determinar la sentencia de Fabio Lobo, Devis Rivera Maradiaga testificó que cerca de 2010 había discutido con él el uso de una pista de aterrizaje en una base militar en Olancho, llamada El Aguacate, para hacer llegar cargamentos de droga, pero decidieron no hacerlo. “No se podía trabajar ahí porque en la administración anterior se había hecho mucho trabajo [aterrizaje de narcoavionetas] y la pista terminó siendo identificada, porque Fredy Nájera y el hermano del expresidente [Mel] Zelaya habían trabajado ahí”, dijo Rivera Maradiaga.
En un documento presentado por los fiscales tras la audiencia, el hermano en cuestión fue identificado como Carlos Zelaya, actual vicepresidente del Congreso y cuñado de la presidenta Xiomara Castro. Fabio Lobo asegura que es cierto. Dice que Nájera y otros narcotraficantes, entre ellos Wilkin Montalván, le contaron de la participación de Carlos Zelaya en el uso de la pista aérea El Aguacate. “Todos en Catacamas sabían para qué se usaba”, dice Lobo.
Fredy Nájera es un exlegislador del Partido Liberal de Olancho que en 2020 se declaró culpable en Estados Unidos de narcotráfico, y ha admitido haber utilizado varias pistas de aterrizaje no especificadas en Olancho.
Montalván fue asesinado por sicarios vestidos de médicos en septiembre de 2021, mientras estaba internado en un hospital de Tegucigalpa por Covid-19. Su hermano, Milton Mateo Montalván, fue diputado suplente de Carlos Zelaya cuando éste ingresó al Congreso en 2014. Los hermanos Montalván han sido vinculados por las autoridades estadounidenses, e incluso por Tony Hernández, con el narcotráfico y lavado de dinero.
Rivera Maradiaga también testificó haber viajado en helicóptero con Lobo a una pista de aterrizaje clandestina. Fabio dice que los traficantes le habían dicho que Carlos Zelaya también había estado involucrado en el uso de esa pista, ubicada en algún lugar entre Catacamas y el río Patuca, hacia el este. “Carlos Zelaya no era nadie hasta que su hermano se convirtió en presidente”, dice Lobo.
“Desmiento totalmente ese chisme”, dijo Carlos Zelaya a El Faro por mensaje de texto. También acusó a Lobo de estar mintiendo y dijo que no hablaría más sobre el tema.
Devis Rivera Maradiaga también dijo en un tribunal estadounidense que él y otro narco pagaron sobornos a Mel Zelaya durante su campaña de 2005.
Mel Zelaya ha negado varias veces cualquier implicación con narcotraficantes. “Prueba irrefutable de que nunca recibí un soborno es que nunca nombré a un ministro ni del crimen organizado ni por presión de la embajada norteamericana”, escribió Mel Zelaya en Twitter/X en marzo de 2021, después de que Rivera Maradiaga dijera en Nueva York que había sobornado al expresidente. Rivera Maradiaga dijo que el soborno se había pagado para que Zelaya nombrara ministro de Seguridad a uno de sus aliados, pero que el nombramiento no llegó a materializarse.
“[Los Zelaya] hicieron mucho dinero usando esas pistas de aterrizaje y luego se retiraron”, dice Fabio Lobo. “Yo vi el éxito que habían tenido y, estando en el poder, vi que había una oportunidad que aprovechar”.
JOH, principal objetivo
Cuando en los próximos días Fabio Lobo suba al estrado para declarar contra Hernández, quizá más atención prestará a lo que diga será su propio padre.
“He sido una de las estrellas en esos juicios de Nueva York desde que sucedió lo de Fabio”, dijo Pepe Lobo a este periódico la semana pasada cuando se le localizó por teléfono en su casa en Tegucigalpa.
Los fiscales quieren que el testimonio de Fabio Lobo en el juicio contra Juan Orlando Hernández —conocido en Honduras simplemente como JOH— demuestre que conspirar con narcotraficantes era la forma habitual de hacer política en Honduras. El juicio hablará más de un sistema que de un hombre. Tony Hernández siguió los pasos de Fabio Lobo, y él afirma que siguió los de Carlos Zelaya. No es descabellado suponer que lo mismo ocurrió con los presidentes.
Para convertirse en testigo cooperante una persona debe aceptar la narrativa general que la Fiscalía ha establecido para el caso. En el juicio contra JOH, la narrativa es que aceptó millones en sobornos de narcotraficantes, y que los presidentes que le precedieron, Pepe Lobo y Mel Zelaya, así como otros candidatos presidenciales, también lo hicieron.
“Desde al menos el año 2000, ambos partidos [el Liberal y el Nacional] han apoyado y facilitado el narcotráfico generalizado a cambio de sobornos masivos para apoyar sus campañas y enriquecerse”, establecieron los fiscales en una petición a la corte. “Esta relación simbiótica, y el ciclo de corrupción y dinero de la droga que la alimentaba, era el núcleo de las conspiraciones imputadas”.
Es poco probable que los fiscales acepten la cooperación de Fabio Lobo si su testimonio contradice el de otros testigos, y eso incluye lo que Devis Rivera Maradiaga pudiera decir sobre Pepe Lobo. Si no, el Estado correría el riesgo de socavar su propio caso. Lobo no puede subir al estrado y decir que Hernández era malo pero su padre era un santo.
Pepe Lobo dice que pagó la defensa de su hijo, pero que no ha hablado con él desde que se declaró culpable. “No porque no lo quiera, sino porque no tiene ni idea de en cuántos problemas nos ha metido por puras tonterías”.
El expresidente también asegura que no le preocupa lo que su hijo o cualquier otro pueda decir de él. “Pueden decir lo que quieran de una persona, estoy acostumbrado. Pero nunca, nunca, nunca van a demostrar que yo he colaborado en algo con algún delincuente o que he recibido dinero a cambio de algo”, dijo Pepe Lobo en la llamada con El Faro.
A sus 76 años y con una década fuera de la política, Pepe Lobo no es un objetivo prioritario para la DEA. La condena de Hernández ya enviaría a los políticos que conspiran con narcos en la región un mensaje del Departamento de Justicia. Es probable, además, que Fabio Lobo haya recibido algún tipo de garantía de que su padre no será acusado como resultado de su cooperación.
Al igual que su hijo, Pepe Lobo apunta el dedo hacia otros: “La presidenta [Xiomara Castro] anda por ahí diciendo [que hubo] 12 años de narcodictadura”, dice. “Pero la verdad es que cuando el narcotráfico floreció aquí fue en la época de Mel Zelaya. No digo que él esté involucrado, pero floreció entonces. Tenían la puerta abierta”.
Es un hecho que durante el gobierno de Zelaya comenzaron a llegar tantas avionetas sospechosas de transportar droga desde Sudamérica que la ruta se conoció como el “puente aéreo” de Venezuela.
Cuando se le pidió opinión sobre su antiguo discípulo político, Juan Orlando Hernández, Pepe Lobo se detuvo antes de condenarlo. “Dicen que en Estados Unidos ningún juicio está ganado, pero si se lo llevaron me imagino que deben de tener algo. No se lo van a llevar así no más, por llevárselo. Algo deben de tener”, dice.
En la entrevista en su cárcel de Florida, Fabio Lobo describe un mundo en el que políticos y narcotraficantes caminaban por los mismos pasillos y a menudo eran lo mismo. “La clase política, no sólo en Honduras, sino en cualquier parte del mundo, los hijos o los familiares, no han sido perfectos”, justifica Fabio. En Honduras tenían una relación simbiótica. Unos se apoyaban en los otros para lograr sus objetivos. La presidencia de su padre fue un puente entre la de Mel Zelaya y la de Juan Orlando Hernández. El testimonio de Fabio puede describir un puente criminal similar.