El último banquete del poder

Por: Carmelo Rizzo
En los pasillos del poder todavía suenan los cubiertos de un banquete que se resiste a terminar. Los mismos comensales, las mismas copas, la misma sobremesa de siempre. Pero algo cambió esta semana: la mesa tembló.
El CNE finalmente mostró señales de vida institucional. Una consejera —con más carácter que protocolo— decidió poner orden, detener la danza de los algoritmos y exigir seguridad electoral real. Y como por arte de transparencia, Smartmatic se retiró del festín.
El país entero lo sintió como una corriente eléctrica: por primera vez en mucho tiempo, alguien le dijo “no” al oscurantismo digital disfrazado de tecnología. Porque en esta elección el voto no solo se contaría: podía fabricarse. Y eso, en cualquier democracia, no es política: es crimen electrónico.
Pero aún queda un elemento impredecible: la potencia anglosajona y sus recias directivas, siempre presentes en el tablero de América Latina. A veces como árbitro, a veces como arcángel. Su mirada sobre estas elecciones no será casual, pues saben que Honduras —como antes Bolivia, como ayer Venezuela — es hoy la línea de fuego donde se mide el pulso de la región entre el autoritarismo y la libertad.
Mientras tanto, el Congreso continúa convertido en una fonda sin mesero: repartiéndose favores entre gritos, interpelaciones vacías y sesiones donde se legisla a la carta. Y el Ministerio Público, en vez de aplicar justicia, se comporta como perro de finca: ladra a los opositores, pero lame la mano del amo.
El “carajillo” sigue de moda —ese personaje de café barato y verbo incendiario—, gritando consignas que no entiende y ofreciendo patriotismo en cápsulas de treinta segundos. Y mientras él ladra, los ladrones se sirven otro trago. “El poder no se hereda ni se recicla: se limpia o se pudre.”
Pero la fábula gorda proviene de los cuarteles, donde se debaten entre los fanfarrones que buscan protagonismo político y los numerosos leales que aún entienden que su deber es proteger la República, no custodiar partidos. El uniforme se respeta, sí; pero la dignidad no se arrienda. Una tropa dividida es el preludio de la farsa o el amanecer del orden, dependiendo de qué lado pese más la conciencia.
El banquete del poder está llegando a su postre final. El pueblo ya no tiene hambre: tiene memoria. Y en la memoria se cocina la verdadera justicia.
Las elecciones en Honduras tendrán la oportunidad de apagar las luces del salón y cerrar la cuenta. Porque esta vez, el silencio de las urnas puede sonar más fuerte que todos los discursos juntos.
“Cuando el mando se sienta a cenar con el fraude, el pueblo tiene el deber de apagar la luz.”
