Érase una vez Honduras


Por: Carmelo Rizzo

“El Titanic catracho no se hundió… pero las ratas ya se tiraron al agua.” Honduras amaneció como esas películas donde el barco choca, la alarma suena, la cámara tiembla… pero el navío todavía flota, tercamente, como si se negara a aceptar el guion. Los mismos que hace poco renegaban que “todo estaba bajo control”, hoy chapotean buscando dónde salvarse. Y como buena tragicomedia surrealista nacional, los nuevos capitanes aún no pueden tomar el timón. Estamos en empate técnico, ese limbo electoral que no es cielo ni infierno, sino un purgatorio tropical donde nadie manda, todos especulan y resoplamos por la nariz… esperando, orando y preguntando. Y este equilibrio —lo digo con tono de narrador de Hollywood— va para largo. Dos semanas mínimo. Quizá más si el guionista decide extender el drama. Mientras tanto, cada bando escribe su propio libreto: los derrotados en afonía aterradora y amenazas fracasadas, buscando agente antes que micrófono; los “ganadores” celebrando sin poder representar; los oportunistas cambiando de camisola más rápido que un doble de acción; y la élite —esa que se cree productora ejecutiva del país— ya midiendo a quién apostarle en la próxima escena.

Honduras quedó suspendida en “freeze frame”. La película se detuvo antes del beso final o la explosión. Y el público —el pueblo— está sentado con palomitas y refresco, vigilante, desconfiado, esperando ver si esto termina como cuento de hadas… o como “thriller” político. Lo irónico es que el barco flota no por los líderes, sino por la tenacidad del pueblo que se negó a hundirse. Ese pueblo que ya aprendió que votar no es un acto romántico: es un mecanismo de supervivencia. Y ahora mira la pantalla grande con claridad: la verdadera trama no es quién ganó, sino quién podrá gobernar un país cansado de trucos baratos. El hemisferio entero está viendo. Washington, Argentina y Europa ya entraron al set. Y todos saben que esta cinta no admite improvisaciones: aquí no se vale fraude, no se vale fuego, no se vale circo. Honduras está reescribiendo su propio guion. Uno áspero, necesario, inevitable.
Uno donde por fin se verá quién es quién cuando las luces se apagan y el mar empieza a subir. Porque sí: este barco no se hundió… pero quienes saltaron primero ya dejaron claro quiénes eran los patéticos. Quedó claro que el Socialismo del Siglo XXI no calza en Honduras tampoco, ni por afecto ni por defecto. Y lo que viene ahora no es naufragio: es reconstrucción.
Con nuevos capitanes, nuevos músculos, y un país que ya no tolera pasajeros gratis ni polizones disfrazados de héroes. El final aún no está ejecutado. Pero por primera vez en mucho tiempo… el pueblo catracho es quien tiene la cámara y dirige la obra.

“La nación no se salva por milagros, sino por el poder de sus ciudadanos.”

Sobre el autor: Carmelo Rizzo es un destacado empresario, exembajador y fino analista de la realidad nacional e internacional

 


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